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Mensaje por Morten S. Knudsen Mar Mar 29, 2016 11:53 pm

Deathrider.

Cementerio de barcos · Sábado 26/03 · 18:30 horas.

Entre cadáveres navales, historias mitificadas y huesos horadados por el tiempo —tan escondidos entre amasijos metálicos que nunca fueron hallados—, se paseaba un curioso, antológico y estereotipado grupo de fanáticos de Anthrax, enfundados en camisetas sublimadas que identificaba a la mayoría como parte de un común condicionamiento humano, en el que las reglas de aceptación jugaban un papel más fundamental que el thrash metal. La banda, conocedora de la importancia de la parafernalia en los actos escénicos, escogió a consciencia el antiguo cementerio de barcos como lugar de su presentación, patio trasero de los drogadictos de Staten Island, como anillo al dedo. El sol, a medio esconder, tintaba el encapotado cielo de un azafrán que parecía cobrar vida sobre el baile de prendas negras, el concierto no comenzaría sino cuatro horas más tarde y escuetos conjuntos apenas se reunían aquí y allí, siendo zaheridos por el agudo escrutinio de las pupilas del danés, una parte por aburrimiento, otra por lo que le motivó a ir allí.

De cuando en cuando una melena acaramelada se mecía contra los hombros de alguna mujer de características similares a la inglesa, que después de un segundo de observación terminaba siendo más alta, menos bronceada o despabilada que el objetivo del Hor. La había visto dos días antes en medio de la Quina Avenida, con un aspecto mucho más solemne que la última vez que la encontró, cinco o seis años atrás, ¿quién llevaba tales cuentas, de todos modos? Reconocerla, incluso cuando el paso de los años maduró notablemente sus rasgos, no le supuso un problema, el par de orbes azules que por dulcificarle dificultó en antaño el aspecto de rebeldía que su banda exigía, seguían intactos, brillando casi con la misma fuerza que el rubí de 170 quilates incrustado en el relicario que de inmediato robó la atención de Morten.

Era ella, la espada Kalmar reducida a un objeto incontables veces menor a su tamaño habitual, quién lo diría, estaba hecho un sentimental y la quería de vuelta, profesaba por el arma un gusto cual trofeo al ser la responsable, empuñada entre sus manos, de arrancarle la vida con una lentitud revitalizadora a su medio hermano. Mordió una manzana verde que atrapaba entre los dedos de su diestra, apoyado contra un deslucido contenedor, el ácido de la fruta se esparcía por su garganta cuando su interés volvió a la muchedumbre en crecimiento, y la halló; se deshizo del tentempié a medio comer, tomando camino hacia su dirección. Cuarenta y ocho horas antes no le costó ningún trabajo sacarle a una parlanchina pelirroja, que supuso era su amiga, que estarían en aquel concierto, la situación se tornaría con toda seguridad bastante confusa y la calle más concurrida de la ciudad no ostentaba el mejor escenario para un ataque de pánico.

Bienaventurados fueran los oportunos miembros de Anthrax, la londinense solía caerle en gracia cuando era una chiquilla y apelando a la escasez de mentes que le generasen algún interés, el matarla no fue la primera idea en su lista, como cabría suponer. Comenzaba a meditar si en realidad valía la espera. —Encantador relicario. —habló en voz alta y sosegada, asegurándose de obtener su atención. —Un obsequio de tu abuela, si la memoria no me falla. —una curva se dibujó en sus labios, por supuesto que no le fallaba. Skye y él se conocieron en Europa y su contacto se extendió por más de un año, pese a su corta edad, le divertía la constante necesidad de revelarse contra unos padres conservadores en una sociedad que provocaba hastío, los conocidos que mantuvieron en común eran generalmente mayores que ella y desde que se la topó por primera vez, en su cuello refulgía el colgante que hasta hoy conservaba, claro que por aquel entonces no tenía la capacidad de transformarse en un arma con una interesante lista de muertes, y el motivo era sencillo: él tenía consigo el verdadero recuerdo heredado de la difunta anciana.
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Morten S. Knudsen
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Morten S. Knudsen
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Mensaje por Invitado Sáb Abr 02, 2016 4:29 pm

Deathrider.

Cementerio de barcos · Sábado 26/03 · 18:30 horas.

El incesante parloteo de los presentes hacía toda aquella espera menos tediosa, volviendo el ambiente un poco más llevadero haciéndolo parecer cada vez más cercana a la atmósfera que debía respirarse en un festejo como aquellos. El concierto comenzaría en unas horas, pero Skye, junto a las nuevas adquisiciones que habia hecho como amigos, habían decidido estar antes para tener un lugar privilegiado cuando el grupo apareciera.

¡Era New York! Debía ser suficiente respuesta para Skye que en algún momento se sintió abrumada ante el giro que las cosas tomaban cuando estabas lejos del correcto y frío Londres. Las sustancias ilegales cruzaban delante de ella como si de golosinas se tratase y eso, lejos de emocionarla, terminó por hacerla sentir una aburrida fuera de lugar.

Decidió, entonces, alejarse unos metros, para respirar algo que no fuera humo de los porros de marihuana y poder aclarar la mente. Era el momento de divertirse a lo grande y no lo estaba logrando, algo en ella no parecía funcionar bien ese día y justo se detuvo alejada de los demás, junto a un gran mastil astillado de madera, para meditar la posibilidad de meterse algo de lo que ofrecían y simplemente dejarse llevar por el subidón.

Estaba a punto de girarse y volver cuando una voz con tintes conocidos sonó a su espalda. La castaña se giró al lado contrario del planeado y se encontró cara a cara con.... Abrió más los ojos en un gesto sorprendido. Habían pasado ....¿Seis o siete años? La mente de la chica cálculaba a una velocidad rápida hilando acontecimientos con fechas y de pronto los rasgos del hombre cobraron sentido en su cabeza ¿Cómo era posible sentir que había regresado en el tiempo y estaba nuevamente en Londres, luego de haber escapado de casa? ¿Cómo frente a alguien que estaba igual a hacía tanto tiempo? ¿Era posible? El hombre frente a ella la había soportado varias veces cuando Skye estaba en sus años más "difíciles". Incluso a veces había parecido "cuidarla".

Sus palabras hicieron que por instinto la chica llevara la mano a su cuello y acunara en ella el relicario al que se refería Morten. Siempre había sentido ganas de huir cuando estaba él cerca, pero nunca lo había hecho fiel a su naturaleza rebelde y temeraria, pero ahora volvía a resurgir ese sentimiento en ella y no quiso expresarlo pues las preguntas bailaban en su cabeza, imponiéndose la curiosidad al buen sentido, algo de lo que Skye carecía muchas veces. Entreabrió los labios para responder mientras su mente seguía tratando de descubrir cómo es que el aspecto del chico resultaba exactamente igual al de hace años.

Asintió cuando las palabras no le ayudaron al quedarse perdidas en algún punto de su garganta y suspiró el aire contenido hasta el momento — Si, un recuerdo de ella — quizá el colgante no era muy valioso, o por lo menos era algo que Skye desconocía, pero siempre lo llevaba con ella considerándolo casi un amuleto. Lo apretó en su mano y decidió zanjar con una pregunta su curiosidad — ¿Qué haces aquí? — miles podrían ser las respuestas, pero algo la hacia sentir que era la causa ¿Demasiada fanfarronería de su parte al pensarlo? Seguramente, Morten era de los hombres más interesantes que había conocido, se le notaba la enorme cultura que poseía y según sabía, había viajado por muchas partes, así que Skye se limitó a suponer que aquello solo era una mera casualidad.

— Estoy con unos amigos pero... — señaló, la chica, hacia el lugar dónde había estado y luego regresó por completo la atención a él desechando la idea de invitarlo, si lo hacía y accedía, todas las preguntas que se le estaban ocurriendo quedarían en el aire si es que él luego de conocerlos optaba por desaparecer nuevamente — ¿Tú estás con alguien? — soltó en un intento desesperado por descubrir si tenía tiempo para indagar por qué había desaparecido y por qué ahora se encontraba ahí. No quisó alucinar más con las respuestas, así que se limitó a recargar el cuerpo contra el mastil y esperar a que él respondiera.
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