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por Fleure S. Cartier Vie Mayo 27, 2016 8:46 pm
Fury
Manhattan • 29 de Mayo | 2016 • 3:39 am.
Breathe in deep, and cleanse away our sins
and we'll pray that there's no god
to punish us and make a fuss.
and we'll pray that there's no god
to punish us and make a fuss.
La vida era tan incierta que en ocasiones podías pasar de un momento excepcional en uno de tus lugares favoritos, para en pocos días ver la oscuridad marcada en huellas imborrables, tatuadas con dolor en cada parte de su frágil mentalidad humana. Fleure rogó por todos los Dioses existentes que la dejaran en paz. ¿Luchar? Lo hizo. Dio todo de si, pero nunca parecía ser lo que aquellos hombres necesitaban de ella. ¿Por qué yo? se repetía constantemente mientras entre el pálido piso de la clínica y las frías cámaras de refrigeración, se debatía si tal vez darle la bienvenida a la muerte fuese lo más sensato por hacer en ese tiempo. ¿Días? ¿Semanas? No sabía cuanto tiempo tenía ahí, lo único que con seguridad podía sostener era que cada vez se encontraba más fatigada.
Nunca previó el siguiente golpe, o al menos no lo notó hasta que abrieron la puerta de un vehículo y la dejaron en lo más recondito de un cajellón a lo que parecía ser plena madrugada en la ciudad de Nueva York. Había perdido el sentido de la orientación, su cuerpo temblaba descontroladamente y ni así permitió que aquellos hombres se salieran con la suya. A pesar de que se encontraba completamente expuesta y débil, ese sentimiento de venganza nunca la había inundado de tal forma que le hiciera perder los estribos. La francesa era una de las personas que siempre estaba dispuesta a escuchar antes de actuar, pero en aquel momento su mente se encontraba cegada por el odio y el rencor palpable entre sus manos. Corrió, continuó corriendo sin importarle que en sus ojos reflejara la demencia que había vivido en carne propia, sin importarle si lo que estaba apunto de hacer era lo correcto o lo incorrecto, o si las normas morales establecían que aquello era penado por la ley. Lo necesitaba, lo quería. El vehículo de pronto viró a la derecha, aumentando la velocidad para perderse entre las calles oscuras y así alejarse de la escena que acababan de realizar. Su corazón latió frenético, podía sentir cada uno de sus latidos estallar dentro de sus oídos y ni así decidió detenerse.
La poca cordura que le quedaba terminó por perderse cuando en una de las calles pequeñas de Manhattan, la castaña miró una propia escena fuera de la normalidad. Un hombre sostenía en sus manos una gran cuchilla, empeñándose en amenazar a otro más con ella. No lo pensó dos veces. Saltó lo más que sus piernas le permitieron para colgarse de la espalda del intento de homicida, golpeando con la fuerza de su pierna izquierda aquel brazo donde tenía el cuchillo, permitiendo que el descuido le ayudara para que esta saliera volando al otro extremo. Juntó todo su coraje y adrenalina, sosteniendo con sus manos la cabeza del hombre en cuestión y girarla hasta escuchar como esta hacía un chasquido, permitiendo desorientar al oponente. Juntó su boca justo en su oreja y con la fuerza de su mandíbula, hundió sus dientes para retirar un tajo profundo y desagradable su extremidad; escupiéndola poco después a los pies de la victima. Corrió por el cuchillo aprovechando que el hombre se retorcía en el suelo, tomándolo y así volviendo entre sus pasos con la suficiente premura para clavar el puñal en su pecho. Ansías, deseo, poder... Cinco, seis, siete... No se detuvo hasta que por fin vio un charco de sangre entre sus pies y como poco a poco el brillo que demostraba la vida del insignificante mortal se había extinguido entre sus propios deseos y ambiciones.
Por primera vez en la noche, Fleure Cartier pudo soltar un largo suspiro de alivio, mientras limpiaba con la manga de su blusa los restos de sangre que permanecían frescos y escurridizos en su boca. Una sonrisa tétrica se apoderó de su rostro, previendo detrás de ella al individuo que estaban apunto de atacar. Pero aquel hombre que yacía muerto en el suelo no era el que le había privado de su libertad días atrás y sin ser completamente cuerda en sus actos, la calma comenzaba a venir y con ello algo más importante que todo... un atizbo de culpa. —No te haré daño— Fue lo primero que salió de su garganta rasposa. La primera palabra que pronunciaría antes de que las cosas en su vida cambiaran de manera radical.
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Fleure S. Cartier
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